Y llegados a este punto, debería de aparecer una figura luminosa en los cielos. Debería de ser una tez nívea y perfecta, que me mirara con infinita compasión, tomara mi rostro entre sus tiernas manos y la luz de su sonrisa entraría en mi alma a borbotones, limpiando mis heridas. Probablemente habría perdices o champán, o algún otro estereotipo de película digna de ser observada debajo de una manta, con chocolate y un desajuste hormonal bastante serio.
No, no tiene nada que ver con eso. Pero si es verdad que apareció una mujer. Era mi mejor amiga. Y la verdad, es algo loable, teniendo en cuenta lo integral de mi subnormalidad por aquellos tiempos. Y con el tiempo, me fui dando cuenta de que la necesitaba, la necesitaba mas que a cualquier otra cosa. Con el tiempo me fui dando cuenta de que la quería. Con el tiempo, me dí cuenta de que la amaba. Y con un poquito mas de tiempo, descubrí de donde venía ese amor: admiración, respeto, cariño... y devoción. ¿Devoción? ¿Por qué devoción? Porque era la única persona a la que me mostraba como era. Y era la única persona que me aceptó tal y como soy, sin querer cambiarme. Y esa devoción dio lugar a que quisiera construir mi vida con ella y a darme cuenta de que por muchos errores que cometa y aunque a veces el cuadro se emborrone por las lágrimas, siempre tendré un hogar al que regresar y alguien a quien considerar como la familia mas cercana y el tesoro mas preciado que tengo.
Gracias por ser como eres. Gracias por hacerme recordar quien soy cuando se me olvida